martes, 8 de abril de 2014

I & II



I. Las fresias, el aire en la cara, el agua helada y el té caliente, la fruta en la heladera, la pasta quemando la lengua, abrir los ojos abajo del agua, el silencio, los pianos sin acompañamiento, los murmullos de los niños, el pelo quemado por el sol, las mañanas frescas, tener ganas de dormir, los disfraces, las estrellas que parecen moverse, las tormentas repentinas en verano, las olas cuando quiebran, el mar oscuro, la familia, los huesos de la cadera, el entusiasmo, la madera, el queso en todas sus variantes, las caricias en los muslos, las sábanas blancas, el turquesa, los cuadernos sin renglones, el universo.

II. El olor a humedad, los gritos, el mes de mayo, la sensación de encierro, el té con azúcar, la comida tibia, el marrón, la estridencia, los rezongos, las meriendas de los niños, las raciones, la piel quemada por el frío, las noches sonámbula, despertar antes de que salga el sol, las aglomeraciones, los zapatos apretados, un árbol podado, el humo, los accidentes, las valijas ajenas, las paredes manchadas, el amarillo, la ceguera, el vinagre, los pellizcos, las toallas mojadas, el toque de todo aquello que no me gusta.

Las gallaretas




El último recuerdo de un acontecimiento de tanta magnitud en la vida del balneario habían sido los televisores. No cualquier televisor, ni la invención del televisor, ni cierto modelo nuevo de televisor, nada de eso, sino televisores flotantes que aparecieron después de que un barco con contrabando vaciara sus bodegas llenas de electrodomésticos frente a nuestro faro. El primer reporte lo hizo por radio el valiente capitán de un guardacostas destinado a cuidar las aguas de frontera. Los televisores llegaron flotando algunos días después, gracias a corrientes benévolas y vientos favorables que los empujaron hacia nosotros, y no hacia África, a donde hubieran llegado estropeados por tantos días de travesía interoceánica, ni tampoco hacia el país vecino, con el cual el balneario tenía una acérrima y larga disputa. La llegada de ese contingente de cuadrados negros entre las olas fue recibida por la incredulidad de los pobladores primero, y el oportunismo después. Las playas más cercanas al centro fueron rastrilladas en minutos. Varios entusiastas se metían hasta la cintura en el agua helada, tratando de atrapar un televisor antes que un vecino más avispado se les interpusiera. Dicen que aún hay algunos televisores de aquella época, aunque muchos explotaron a los pocos días de rescatados en la playa, por una potente combinación de agua salada y corriente eléctrica. 

Con las gallaretas ocurrió de manera bastante parecida, en varios aspectos. Primero porque llegaron en invierno y por el mar, despistadas como un televisor que flota hasta la orilla, aunque enseguida se pudo ver que tenían más autonomía que un electrodoméstico... 

(Fragmento. LAZARO, R. I. “Las gallaretas”. Montevideo: Revista Lento, Enero 2014. pp 45-47)

Chamizo




La mujer siente el olor ácido de la tela sucia y grasienta pero igual se pasa el trapo por entre las piernas. El semen del viejo, amarillo y denso, queda pegado a la fibra marrón. Deja el trapo sobre la mesa y camina hacia la luz. El perro-carpincho gruñe cuando pasa a su lado, como si la despidiera a despecho, justo antes de que ella abra la cortina que separa el rancho de la luz de afuera, que la recibe con la dureza del verano.

Un rato antes, él la esperaba en la puerta del rancho como quien espera el paso de las horas, quieto, mirando hacia ese punto donde se supone que algo va a cambiar. Un algo que puede pasar en cualquier momento, pero no pasa y no pasa, eso que de tan previsible y gradual hace que la atención constante parezca un poco absurda. Era una tarde lenta, con la seca avanzada reinando sobre el campo, el pasto amarillento a punto de incendiarse y las vacas flacas, con los huesos de la cadera demasiado marcados, tratando de tomar agua en el barro de los arroyos. Las nubes escasas desaparecían del cielo, evaporadas bajo el sol. El mate y una caldera de tropero, renegrida, estaban sobre una silla a la entrada del rancho, todos secos por el calor...

(Fragmento. LAZARO, R. I. “Chamizo”. In: Entintalo. Montevideo: Centro Cultural de España, 2012)

martes, 15 de noviembre de 2011

Hociqueo



Mi perro tiene rabo de lagarto, lengua rosada, vibrante al cansancio,
ojos marrones y hocico lustroso, olisqueante
Mi perro es más fiel que muchas almas.
El horror de perderlo, me hace palmearle la cabeza como recompensa
buscarle respuesta en los ojos en que creo ver gratitud
y así, me hago feliz.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El paso de los días


El día estuvo brumoso, como lo está ahora la noche.  Hubo un atardecer casi eterno, con el sol demorándose por entre los morros, dejando que el otro lado de la bahía se volviera de color pastel, blando, cremoso. Si bien duró tanto, el perro se lo perdió por completo, dormido como estaba sobre la alfombra de la entrada. De a ratos, suspiraba como sólo él sabe suspirar. Y ahora ya no hay luna, pues los días que han pasado después de la luna llena se la llevaron, la fueron  devorando, comiendo de a tajadas, hasta que no quedó más que un cielo casi negro. 

Al mismo tiempo, el mar se volvió marrón después de la calma de la semana pasada, cuando se podía ver el fondo a través de ese cristal turquesa, un vidrio grueso de pura agua. Ayer, el océano comenzó a moverse, a cambiar tanto que hoy por la mañana no lo reconocí: el viento hacía que las olas se encontraran, chocaran sin remedio, que revolvieran la arena del fondo y que el recuerdo de aquella calma fuera inviable. Los días que pasaron se llevaron la luna, el agua clara y la tranquilidad del océano, si es que todo esto quiere decir alguna cosa.

viernes, 7 de mayo de 2010

Esmeralda, mi sueño



He estado soñando en verde los últimos días. Todo comenzó con un césped vasto, y poco a poco vino la naturaleza frondosa y fresca, casi excesiva, un todo húmedo, fresco, verde esmeralda mi sueño. Un valle y por el medio  de aquellas alturas, el océano entrando amable, con olas minúsculas bañando los enormes fiordos. Otro sueño fue en casitas de madera sobre los árboles, construcciones hermosas colgando de enormes gajos, leñosos. Alfombras tejidas cubriendo esas maderas y platos con granadas de todos colores, la mayoría abiertas, otras cerradas y mudas. Eran tantas las granadas… Violetas, granate, rosas, de todos colores era la cáscara gruesa de las granadas, y dentro los pétalos transparentes de esa fruta, cristales sobre platos de porcelana dibujados, detalles de toda una historia. Y éramos niñas saltando por entre las ramas, los cabellos al viento, tules por encima de las polleras, tropezando con las alfombras de puro gusto y haciendo caer las granadas, balanceándonos con los columpios tan lejos del suelo, tan lejos del mundo, el vértigo hermoso de saberse tan frágil y dulce.

lunes, 27 de abril de 2009

Teoría del Cuerpo Móvil

Danzaba ella, bailaba
dando vueltas,
revolving around the big circle
of her neck

Y de repente, katatatataplum
dando un giro, qué susto
cayó

Patatatapash, despatarró
quien danzaba, ella bailaba
como si el cuello fuera hoy mundo revuelto
y mañana una torre
desde la cual mirar.

Preci-ojos

Poema: Bob Brown.

Animación: Norberto Ritter, Maloca Estúdio

Traducción: Rosi Lázaro

jueves, 30 de octubre de 2008

Huele, ciertamente


Bali huele. Huele por todos lados, y huele a flores, a incienso, a café, a comida con muchas especias, a calor rotundo y a la canela de los cigarrillos que todos fuman. Hoy, al preguntarle el teléfono de un taxista al muchacho que limpia en la posada, se sentó, sacó uno de los cigarrillos de su bolsillo, lo encendió y sólo así luego escribió el número en un papel. También hay olor a excremento de perros flacos, esos seres que todos odian por ser considerados reencarnaciones de personas malas. No te les acerques, me dijo una francesa ayer por la noche cuando un cachorro huesudo y feo vino a olisquearme. Ahora, un indonés muy menudo esparce aceite por el cuello regordete de un australiano que espera por su comida. Luego regatean el precio del frasco de la loción y miles de motos pasan al mismo tiempo rumbo a una ceremonia en el templo del acantilado. Uluwatu. Suena lindo, y huele también. Van todos vestidos de blanco y con sombreritos a rayas azules. Pasan muchos y luego dejan de pasar. Por el aire, flota el aroma del aceite que el indonés no pudo finalmente vender, y al australiano come con ansias una pizza atiborrada de muzzarella. Los puñados de flores de plumería de cada árbol se encargan de hacer el aire dulce. Una cometa vuela hace horas en el medio del cielo, sostenida por un hilo eterno, negra y casi un avión contra el cielo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Brunei?


Un campo de nubes. Magnolias blancas desparramadas, blancas y puras con el sol del amanecer. Pétalos brumosos de algodón que el avión va dejando atrás. Hasta el horizonte, la repetición interminable de magnolias y más magnolias, flores preciosas hechas de nubes en la salida del sol.

Vemos montañas verdes y lagos que brillan como esmeraldas al pasar. Veinte minutos después viene el Aeropuerto de Brunei y sus mujeres con turbantes. Jóvenes, viejas y niñas con turbantes. Más y más turbantes blancos, ojos rasgados y miradas desconfiadas. En el medio de todos esos pañuelos, encuentro uno amarillo en mi mochila y me ato el pelo. Ellos no usan turbantes, lo cual es muy injusto. Una señora enorme pone con dificultad sus pies hinchados dentro de unas minúsculas sandalias. Una barba rubia le cubre la quijada.

Llegan más mujeres de turbantes, se miran, se saludan. Un niño rubio se saca el chupete y lo tira lejos, para luego pararse frente al ventanal de la sala de tránsito sosteniendo un osito cabeza para abajo. Se me acerca y clava sus enormes ojos azules en el cuaderno donde escribo. Al mismo tiempo, un hombre de ojos rasgados y abdomen prominente cuenta a las mujeres de turbante, todas en excursión. Suma también a los hombres de ojos como los suyos, tan distintos a los focos tan claros del niño, que ahora correr por los pasillos que llevan al próximo avión.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Crystal clear



Las olas. Celeste tan, tan claro... Punta Lobos. Chile 08.